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Ana Otero, diseñar pensando en el planeta y en las personas

Entrevista a la diseñadora e investigadora, alumni del Máster Universitario en Diseño de BAU e impulsora de un diseño más humano y sostenible

Para Ana Otero (Vigo, 1975), el diseño es una manera no solo de descifrar el mundo, sino también de transformarlo. Diseñadora e investigadora de curiosidad infinita y ambición creativa, su prolífica trayectoria refleja una necesidad innata de hacerse preguntas y de buscar respuestas innovadoras que generen un cambio real.

Tras un inicio profesional como diseñadora web, en 2005 se mudó a Nueva York con una beca de la Fundació la Caixa, una experiencia que le cambió la vida. Se especializó en el uso de tecnologías digitales en el sector cultural y colaboró con el Guggenheim y, al volver, con el Reina Sofía.

En 2010 fundó la agencia Digital Bakers, especializada en la transformación digital de los procesos de comunicación y marketing. Una década después, impulsada por la búsqueda de un diseño más humano y saludable, basado en los cuidados y la economía circular, cursó el Máster Universitario en Diseño de BAU, donde trabajó a partir de la investigación material, a menudo con cerámica, una de sus grandes pasiones.

 

 

Repasando tu biografía, es difícil definirte con una palabra. Después de tantos cambios y tantas etapas, ¿cómo te defines en el presente?

Para mí también es complicado. De manera sencilla, me considero una e investigadora multidisciplinar. Somos lo que nos construimos haciendo camino. Y para mí ese camino pasa siempre por la creatividad, la innovación, la tecnología, y la búsqueda de un impacto positivo en la sociedad. Estos elementos son el hilo conductor de toda mi trayectoria en formalizaciones o prácticas diferentes, pero que siempre implican diseño, encontrar soluciones. El diseño siempre está ahí, en múltiples formatos: estratégico, de contenidos o transformación digital.

¿Y ahora mismo, cómo te ubicas con relación al diseño?

He vivido una transición disruptiva. Vivimos en una sociedad totalmente acelerada, y cuando trabajas en el sector digital esa aceleración se acentúa todavía más. La socióloga Judy Wajcman habla de un nuevo tiempo, que no es el cronológico, sino el cronoscópico, que es la velocidad del dato. Y en el sector digital, estás mucho más impactado por esta aceleración. Yo necesité desacelerar. Tuve síntomas de desgaste físico, y esto me llevó a una transición, guiada por una conciencia de la fragilidad y la vulnerabilidad. Frené para reconectar conmigo misma y con mi corporeidad. Pero, a la vez, necesitaba herramientas adecuadas para reflexionar y entender. Y ese contexto me lo dio el máster.

¿En qué sentido te influyó?

El máster es un espacio de reflexión y acción. Me guio hacia esta nueva etapa donde está más presente que nunca la necesidad o la búsqueda de una transformación, una toma de conciencia de que la práctica del diseño es una acción política. Por lo tanto, he intentado alinear mis acciones con mis valores y, desde la práctica del diseño, contribuir como agente de cambio. Estoy trabajando y experimentando con nuevas materialidades, y a la vez buscando un impacto social, sin dejar de lado la conciencia de que esto es parte de una transformación, de un cambio de paradigma del que quiero formar parte, y que tiene que ver con los sistemas económicos.

 

 

Aquí asoma la estructura rizomática que habías investigado, te la has llevado a nivel casi orgánico.

Es difícil plantear una sola línea de acción, y de hecho ahora mismo estoy en distintas líneas de acción en esta fase de transición profesional. Antes, dentro del sistema económico y de consumo, estaba contribuyendo a un sistema insostenible. Y yo y muchos queremos revertirlo. Se trata de abrir una nueva vía, y esas vías pasan por aproximarme a un diseño circular, entendiéndolo como nuevos sistemas de innovación disruptiva donde la naturaleza y las personas están en el centro. Busco la circularidad, superar el paradigma moderno donde la persona está encima de la pirámide, cocrear en proyectos, servicios y productos con filosofías que intentan resetear el sistema.

¿Hasta qué punto el diseño que viene tiene que pasar por aquí y compartir esta metodología y filosofía?

El diseño entendido como una manera de resolver problemas es absolutamente clave. Los humanos tenemos un gran problema: si seguimos en la linealidad de la economía, tenemos un futuro muy complicado. En ese sentido, entender el diseño desde su impacto político y social y replantear las maneras de ejercerlo y su impacto es fundamental para que las nuevas generaciones tengan un futuro con opciones.

Utilizas a menudo la palabra ‘político’, habitualmente poco vinculada a diseño. ¿Todo diseño es político?

No hay que entender la política únicamente como un sistema de gobernanza, de unas personas que han sido elegidas de forma democrática y que nos gobiernan, sino también como las cosas más sencillas, más comunes, la alimentación, cómo cultivamos, cómo consumimos. Son acciones políticas porque tienen un impacto en la sociedad. Por lo tanto, el diseño es sin duda una acción política, y es algo de lo que tengo que confesar que tomé conciencia en el máster. Era consciente de que el diseño impacta en tu negocio, en la vida de las personas y en el entorno, pero nunca me había aproximado con una implicación más allá de la mera funcionalidad, de la mera estética, y del impacto económico. Tomé más consciencia de la necesidad de poner al planeta en el centro. Y esto también es político.

 

 

Entiendo que necesitas buscar y encontrar una coherencia. ¿Se trata de que tus valores se correspondan con las acciones y tengan un efecto transformador?

Ahí has dado completamente en el clavo. El proceso implica vincular y poner en coherencia mis valores con mis acciones. Y ahí es donde la conciencia del diseño como una acción política y social cobra mucha fuerza y mucho valor, y te hace replantear las cosas para bien y para mal, porque entonces tomas mucha más conciencia de la importancia de tus acciones.

A partir de tu experiencia, ¿cómo orientarías a los jóvenes diseñadores para que consigan esta coherencia?

No es nada fácil. Uno de los aspectos importantes, y aquí entra en juego uno de los hilos conductores de mi TFM, son los cuidados. Hay que pensar los cuidados en diseño como una manera de ver lo que nos rodea. Para vincularnos más con el entorno y abrirnos a nuevas posibilidades. Y eso también está vinculado a la conciencia política. El diseño tiene unos efectos sobre el entorno y sobre la sociedad. Hay que poner encima de la mesa el cuidar y el ser cuidado, porque a veces no nos dejamos ser cuidados. Para dar más sentido a nuestra práctica, me gustaría ayudar a ver el mundo de maneras próximas al pensamiento de autoras como Dona Haraway, Maria Puig de la Bellacasa y Jane Bennett y a filosofías como los ecofeminismos.

¿Cómo te impulsó el máster hacia esta nueva dimensión del diseño?

Para mí supuso la oportunidad de parar, observar y reflexionar. La dinámica del día a día no te deja margen para reflexionar sobre lo que te rodea. Cerré mi anterior etapa profesional y aproveché para desacelerar. Aprendí a observar de otra manera lo que me rodeaba, y vi que no me gustaban muchas cosas y que podía convertirme en un agente de cambio para contribuir desde el diseño. Y en este sentido, una de las novedades es replantear la investigación como una acción creativa. Normalmente la aproximación que tenemos a la investigación es más de campo, de escritorio, pero es un proceso menos creativo o menos inspirador. Y en el máster estás investigando y aportando acción mediante la creatividad, que es uno de los elementos que han estado presentes toda mi vida.

 

 

Me gustaría que reflexionaras sobre la ausencia de miedo al cambio, muy presente en tu trayectoria, algo que trasladado al diseño también es muy importante: no encasillarnos ni quedarnos en territorio conocido.

El miedo está presente, pero las crisis también son oportunidades. El reto para mí es un gran activador y motivador. Lo necesito para sentirme motivada. Y ese reto viene para mí de la mano de la curiosidad. Soy una persona tremendamente curiosa, necesito aprender, reinventarme y contribuir. Es una cadena de elementos. Cuando uno de ellos deja de estar presente, sobre todo la curiosidad, cuando ya no estoy aprendiendo, viene un momento de crisis. Entonces cierras etapas, procesos y líneas de aprendizaje y empieza una nueva etapa de reinvención.

Entiendo que una de estas etapas fue la estancia en Nueva York. ¿Cómo te transformó la experiencia? ¿Hay un antes y un después en tu vida?

Sin duda. Era un sueño de niña. Y el solo hecho de haberlo cumplido ya cambió algo en mí. Porque los sueños, si los luchas, los consigues. Fui con una beca, y detrás hubo mucho trabajo. La constancia en tus sueños, trabajar por ellos, es uno de los elementos del cambio. De Nueva York me traje la conciencia de que las combinaciones son estupendas, en el sentido de que nosotros culturalmente somos muy de la improvisación, ir a última hora y aplicar mucha creatividad, pero sin un marco metodológico cerrado. Ahí aprendí muchísimo trabajando procesos, metodologías, maneras de hacer las cosas para mejorar la efectividad, y que en un proyecto tienen mucho más valor como colectivo. Pero me di cuenta de que cuando había circunstancias en la vida y en el mundo que te hacían salir fuera de los patrones de esa metodología, se quedaban paralizados, sin capacidad de reacción, y ahí entra nuestra creatividad y nuestra capacidad de improvisar.

Al final, las ciudades las hacen la gente. ¿Qué te encontraste en Nueva York?

Gracias a su entorno artístico y multicultural, conocí a personas absolutamente inspiradoras. No quiero decir que sean famosos, sino personas muy diferentes, muy auténticas, de todas las partes del mundo. Ese melting pot ya lo vine a buscar a Barcelona desde un pueblo de Galicia, y en Nueva York se acentuó. Necesito la aportación de culturas y visiones distintas, me enriquece. Nueva York fue su máximo exponente, pero también una toma de conciencia de que allí a las pequeñas cosas inmateriales de la vida no se les da tanto valor como en nuestra cultura. Y ese proceso de toma de conciencia de los cuidados y de poner en el centro el bienestar individual, social y medioambiental, en Nueva York no se tiene tan en cuenta. Es una ciudad donde todo está orientado al éxito, va gente de todo el mundo para triunfar, y eso te hace pensar cuáles son tus valores. ¿A mí qué me guía? Vivir allí un tiempo fue un pequeño éxito personal, pero fue justamente allí donde empezó a florecer en mí la necesidad de buscar un impacto social. Fue una pequeña crisis, porque no me lo esperaba, pero me ayudó entonces y sigue muy presente. No todo es el éxito profesional y económico.

Y a medio camino entre un pueblo gallego y la capital del mundo, está Barcelona.

Como ciudad, tiene un equilibrio maravilloso entre ser una gran ciudad —que además mira mucho hacia fuera, porque siempre ha sido la más europea y la más cosmopolita de las ciudades españolas—, y esa sensación de pueblo, de vida de barrio, como en el Raval y Gràcia, donde los vecinos se conocen. A nivel de diseño, históricamente Barcelona ha sido un referente no solo en España, sino en Europa y el mundo. El diseño lo vives, lo sientes, y eso inspira y motiva para seguir trabajando. Es un gran atractivo para profesionales internacionales que buscan calidad de vida y oferta cultural, como los nómadas digitales que pueden trabajar desde cualquier parte del mundo y deciden establecerse aquí.

 

 

En un mundo que se enfrenta a retos inimaginables hace poco, ¿qué importancia tiene un programa universitario que pone en el centro la investigación y la experimentación?

Para mí la investigación es esencial para todo tipo de proyectos. Ya antes de hacer el máster trabajaba todos mis proyectos arrancando con un proceso de investigación. Pensar como diseñadores es empezar por la observación. Empatizar. Eso es investigación. En el máster es inherente la necesidad de estudiar tu entorno antes de ponerte a plantear soluciones. Se trata de priorizar el planeta y las personas, investigar sus necesidades antes de ponerse a diseñar para entenderlas realmente.

Me gustaría hablar de la cerámica, elemento importante en tu vida y uno de los ejes de tu trabajo final. ¿Cómo la vives? ¿Qué te aporta?

Volviendo al principio, cuando frené, me di cuenta de que necesitaba superar la inmaterialidad de mi día a día y de mi profesión, y reconectar con materia. Y pensé en la cerámica. Fue casualidad. Siempre, desde niña, he sido muy apañada, y más criándote en un entorno rural —mi padre y mi abuelo son muy manitas. Sentí la necesidad de corporeidad, de performatividad. Mi cuerpo estaba rígido por el exceso de pantallas. La cerámica se convirtió, sin querer, en un espacio terapéutico, donde ese tiempo acelerado se frenaba, entre otras cosas porque la materia tiene sus tiempos, y no hay tecnología para acelerarla. Estamos acostumbrados a encontrar siempre soluciones tecnológicas que nos ayudan a ir más rápido, y la cerámica, como la vida, necesita su tiempo. Eso me ayudó a replantear esos nuevos tiempos y luego, durante el máster, fue el elemento a través del que me aproximé a los proyectos de las diferentes asignaturas.

Cuéntanos algún ejemplo.

En la asignatura de Innovación social y diseño colaborativo, teníamos que analizar un colectivo y sus reglas y dinámicas. Yo investigué una asociación que está trabajando para preservar el conocimiento ancestral de los colectivos indígenas de Oaxaca, en México, para que sus técnicas de cerámica únicas se pongan en valor, haciendo difusión y ayudando a organizar a la comunidad para generar una economía ligada a la tierra. Por otro lado, en Diseño, política y sociedad reflexioné sobre códigos políticos inscritos en las piezas de una colección de falsos productos artesanales de IKEA. Reflexioné sobre la cronopolítica y los procesos industriales a partir de esta colección producida industrialmente a la que artificialmente generan imperfección para emular ese producto artesanal.

 

 

La pasión por la cerámica culminó en tu TFM Pasta fría.

Es un proyecto de investigación y experimentación material para crear nuevos materiales biocompuestos para  la impresión 3D a partir de residuos de alimentos, en concreto cáscaras de huevo y conchas de mejillón, ambos compuestos mayoritariamente por carbonato cálcico, un mineral. El taller de cerámica es absolutamente es circular. Todo se aprovecha, se puede reutilizar o vuelve a la tierra. En la economía circular el residuo es alimento: puede convertirse en una materia prima y alimentar un proceso. Quería dar continuidad a la cerámica pero con una aproximación nueva.

¿Pasarás a la tercera y última fase del proceso universitario? ¿Habrá tesis?

Me gustaría, sí. Está encima de la mesa. ¡Que siga esa curiosidad infinita!

¿Hacia dónde podría ir?

El TFM me abrió no solo un área de investigación que me llena, también me hizo tomar consciencia de la oportunidad y necesidad de trabajar en el diseño circular. La idea, a día de hoy, pasa por seguir investigando sobre nuevos materiales y me gustaría buscar conexiones con lo local. Es decir, que no se quede solo en investigación industrial de nuevos materiales, sino que tenga conexión e impacto en las comunidades donde se genera el residuo.

Hay muchas puertas abiertas, muchos caminos posibles.

Eso es bueno y es malo, porque implica tomar decisiones y apostar. A veces es necesario cierto tiempo para ir asentando esos conocimientos o vías de interés. Sigo formándome, porque necesito profundizar en las vías abiertas y saber mejor por dónde tirar los hilos. Y luego está la Agenda 2030 de las Naciones Unidas, que comporta un cambio de paradigma hacia una economía circular. Eso implica inversiones, y es una manera estratégica de subvencionar este tipo de proyectos de investigación. Creo que es una oportunidad para resetear nuestro sistema.

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