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Carles Baiges, una arquitectura para la vida

Arquitecto especialista en sociología urbana, profesor del Máster Universitario en Diseño y miembro del colectivo Lacol, propone una arquitectura al servicio de las personas

¿Hay margen para una arquitectura diferente, humilde y transformadora? Carles Baiges (Barcelona, 1985) está convencido que sí. Y su experiencia así lo demuestra. Arquitecto especialista en sociología urbana, como miembro de la cooperativa Lacol defiende una arquitectura social que haga de puente entre el espacio y las personas.

Baiges y Lacol han encontrado en el barrio de Sants de Barcelona una tierra fértil para hacer germinar proyectos pensados por y para el colectivo, como La Borda, vivienda comunitaria erigida en símbolo de una nueva manera de entender el espacio y las personas.

Baiges propone una arquitectura de proximidad y sostenible, lejos de la especulación y el capital, poniendo a las personas y sus necesidades en el centro, una mirada contracultural que poco a poco va ganando adeptos a lo largo del territorio.

Como profesor del Máster Universitario en Diseño de BAU, invita a los estudiantes a afilar el espíritu crítico y a situarse a pie de calle, reivindica el carácter científico del diseño y destaca la empatía y el compromiso como valores de presente y futuro en el oficio.

 

¿A qué se dedica la sociología urbana?

Es el estudio de la sociedad relacionado con las ciudades y el espacio urbano: qué impacto tiene el espacio en la vida de la gente, y viceversa, cómo la gente puede impactar en las formas construidas.

¿Dónde nace tu interés por la arquitectura?

Empecé arquitectura porque unía tecnología y arte, que eran los dos mundos que me gustaban, y después descubrí el impacto social de nuestro trabajo. Primero pensaba dedicarme a la cooperación internacional, pero luego me di cuenta de que aquí también pasan cosas, y que no hacía falta irse lejos, porque aquí el trabajo de arquitectos y diseñadores también tiene un impacto sobre la gente y había cosas a mejorar.

¿Qué valores te explican como profesional?

Cuando estudiábamos, el discurso mayoritario era: el arquitecto es un creador libre, un artista, su obra responde solo a la arquitectura y todos los errores que le queramos asociar son culpa del cliente o del encargo. Después vi que no es así, que hay muchas cosas que uno puede hacer o dejar de hacer para mejorar lo que tenemos.

 

 

En Lacol habéis expandido los límites tradicionales de un estudio de arquitectura.

A veces nos centramos en la interacción con el usuario, como en el proceso participativo de la Model: se vacía una prisión y se decide qué se hace con el edificio, qué se conserva y qué no, qué usos se le dan. Y aquí nosotros organizamos la discusión y el debate de las líneas generales con la ciudadanía.

Para vosotros, el entorno, el arraigo en Sants, con tanta tradición de asociacionismo, es clave. ¿Cómo trabajáis e interactuáis con el barrio?

Formamos parte del tejido de entidades y estamos presentes en Can Batlló. No se trata solo de esperar, sino también de ser proactivos y pensar qué podemos aportar al barrio. Intentamos dar nuestro punto de vista y resolver necesidades. Es un aprendizaje continuo. Interactuamos con gente con quien como arquitectos normalmente no tendríamos trato.

¿Qué os aporta estar en contacto con profesionales de ámbitos diferentes?

En La Comunal, el espacio donde trabajamos, somos ocho cooperativas. Hay una librería, un bar musical, clases de idiomas y gente que hace traducciones. Es muy enriquecedor salir del día a día, no relacionarnos solo con constructoras, ayuntamientos o clientes y ver otros mundos.

¿Cómo os ha recibido el barrio? ¿Qué os ofrece como arquitectos?

Siempre nos han apoyado mucho. Nos recibieron con los brazos abiertos y con ilusión. También ha sido la fuente de muchos proyectos, como la Borda u otras intervenciones en Can Batlló, incluso de algunos clientes particulares o vecinos que nos han conocido por el barrio. Formamos parte de un microcosmos, algo que en una ciudad como Barcelona, donde todo es grande, internacional y fabuloso, parece imposible.

 

 

En este sentido, en una entrevista afirmaste: “Queremos demostrar que podemos tener éxito sin seguir el camino dictado por el mercado y por las prácticas tradicionales”.

Sí, es difícil. Hemos rechazado proyectos por su impacto negativo en un barrio o en el planeta, creíamos que no se tenían que hacer. Siempre intentamos revertir la accesibilidad a la vivienda, o que la sostenibilidad sea más asequible y no sea un lujo, que sea para quien realmente lo necesita, o sea, para la sociedad en general. Siempre trabajamos con esta óptica. Después llegamos donde podemos llegar, porque nuestras fuerzas son limitadas y no podemos obviar que vivimos en una sociedad con unas ciertas derivas, pero muchas veces nuestros proyectos también han servido para cuestionar y cambiar normativas, o conseguir hitos que nos parecían imposibles.

¿Cómo ves Barcelona ahora mismo? ¿Eres optimista o escéptico?

Siempre hay una mezcla de ambas. Hay notas positivas y esperanzadoras, movimientos que van en la buena dirección, como pacificar calles y recuperar espacios para la vivienda social. Barcelona es muy innovadora, y a Lacol viene gente de todo el mundo para que les expliquemos nuestros proyectos. Pero también es innegable que es una ciudad global con fondos de inversión que no les importa donde se meten ni qué suponen sus inversiones. Hay determinados poderes o intereses que chocan con la gente, con sus necesidades y con las del planeta. Por mucho que podamos tener mucho poder y mucha gente alineada hacia un lado, el otro también existe. Nosotros intentamos ser positivos porque creemos que tenemos que avanzar. Si no, es muy fácil caer en el bloqueo y pensar que no hay nada que hacer, y creemos que sí hay margen para avanzar.

 

 

Un proyecto como La Borda abre camino. ¿Qué lo hace singular?

La Borda llegó a ser el edificio de madera más alto del estado, y demostramos que la madera es un material que se puede utilizar para hacer vivienda asequible, que hay mercado y proveedores. También hemos trabajado con la comunidad otros aspectos del diseño sobre la vida y la convivencia en la vivienda, aportando referentes, ideas y soluciones según sus necesidades. Es un proyecto que nos ha permitido innovar o experimentar en diversos campos. Incluso en algunos que no tienen nada que ver con la arquitectura ni con nosotros, como la financiación.

¿Cómo es la experiencia como vecino?

Un lujo. Ya hace dos años que vivo ahí y no paran de pasar cosas que te alegran la vida. No me puedo imaginar un confinamiento en ningún otro piso donde viví antes. Hubiera sido el doble de duro. Aquí conocía a la comunidad, me podía relacionar con otra gente sin salir de casa y disfrutar de muchos espacios más allá de mis cuatro paredes. Y nos podíamos ayudar los unos a los otros, algo que habitualmente ya pasa. Algunas cosas son como quería y como me imaginaba, y otras no nos las imaginamos y están pasando, y son fantásticas.

 

 

Un modelo de vivienda y convivencia como este, de éxito contrastado, ¿por qué cuesta tanto de implantar a escala general? ¿Somos conservadores? ¿La administración pone demasiadas trabas?

De entrada, hay una barrera mental. Tenemos una cultura de la vivienda muy individualista, tanto respecto a la propiedad como a la definición de qué es una casa. Esto no es natural. No es que queramos vivir en pisos hipotecados, sino que el estado durante muchas décadas ha fomentado la propiedad privada y la vivienda atomizada e individualizada. Y en otros países esto no ha pasado. Desde la crisis del 2008, mucha gente se ha replanteado muchas cosas. Vivimos en una sociedad más individualizada y quizás buscamos no vivir tan solos. Hace unas décadas en la mayoría de viviendas vivían familias muy densas, y ahora la mayoría son personas solas o parejas. Tenemos que explorar otros modelos. También hay barreras económicas y legales. Empezamos a recibir a gente interesada que, después de superar la barrera cultural, topan con la administrativa. En otros países todo está más pautado y es más fácil de entender y entrar. Aquí todo está empezando aún. La Borda ha sido un rompehielos, los proyectos que han venido después lo han tenido más fácil, y la idea es que para los siguientes lo sea aún más.

El acceso a la vivienda es uno de los grandes problemas actuales. ¿Qué modelo de ciudad proponéis para que la gente pueda acceder a una vivienda digna?

Hay dos cosas. Por un lado, la gestión de la tenencia de la vivienda, porque el modelo de la propiedad privada individualizada que les fue tan bien a nuestros padres a nosotros nos ha dejado en la lona, porque quien se vende una casa espera ganar el doble de lo que pagó hace diez años. Esto es una estafa piramidal, y los últimos, que son los jóvenes o los migrantes, no podrán pagarlo nunca. Y por otro, los modelos deben cambiar: no esperes vivir en una mansión, porque quizás ni siquiera es sostenible. Los modelos de vivienda compartida deben ser flexibles. No te comprarás una casa esperando que sea la misma toda la vida. Es absurdo que nuestros padres vivan en el mismo piso de cuando nosotros éramos pequeños. Tenemos que pensar en tipologías más flexibles que permitan ir creciendo o decreciendo a medida que lo necesites. Y, si después tienes hijos o pareja, puedes ir añadiendo habitaciones. Puede sonar muy complicado, pero ya estamos haciendo edificios que lo permiten. La Borda permite hacer crecer o decrecer una habitación, y en otro modelo que estamos haciendo las habitaciones podrían llegar a ser casi infinitas.

 

 

Después de estudiar en la ETSAB, hiciste un máster en Ámsterdam y has colaborado con universidades de California y Calgary (Canadá). ¿Qué te ha aportado la experiencia internacional?

Los referentes y las miradas diferentes siempre ayudan. Después, volver a casa y poderlo explicar es un plus. También son otras maneras de entender la docencia, porque aquí hay poco rigor al plantearla. Y yo, ahora, como profesor, intento incorporar todo lo que he visto fuera o todo lo que me han aportado universidades americanas, que en muchos aspectos son criticables, como que son muy caras, pero en cambio son más transparentes, como en la relación entre el alumno y el profesor. Todo está más pautado y abierto, se piensa en el alumno y se intenta ir paso a paso, de manera más positiva. De hecho, son cosas que he encontrado aquí en BAU. Creo que en España hay la idea que si sufres estás aprendiendo, y es al contrario. Cuando puedes fluir y disfrutar, es cuando aprendes de verdad.

¿Por qué es relevante un programa como el del Máster Universitario en Diseño?

Los diseñadores tenemos más roles y se nos exige que trabajemos con la sociedad. Tenemos que entender quiénes son nuestros usuarios finales y cómo los incorporamos. A la vez, los perfiles cada vez son más especializados. Los diseñadores tenemos que salir de la torre de marfil y tener en cuenta todo lo que tenemos alrededor y dialogar con la sociedad. Hemos estado siempre al lado del poder porque era quien podía pagar nuestros proyectos. Ahora tenemos que intentar solucionar los problemas reales de la gente, y para hacerlo tenemos que aprender una nueva manera de relacionarnos. En este sentido, el máster te da herramientas para interpretar el mundo y actuar.

¿Cómo se incluyen la experimentación y la investigación?

A veces el diseño obvia la parte científica. Es una cuestión de rigor. No todo es coger una hoja y crear de manera libre. La inmensa mayoría de diseñadores no trabajan así. Primero investigan para conocer qué les están pidiendo. Trabajan de manera rigurosa, casi científica, para analizar su entorno antes de actuar, no esperando un acto creativo genial que es muy probable que esté equivocado.

¿Qué valores te gustaría transmitir a los estudiantes?

Lo más importante es que entiendan su rol y el de su trabajo dentro del contexto donde se encuentran, y que sean consecuentes. Temas como la sostenibilidad y la participación ya empiezan a estar más incorporados, pero muchas veces no se hacen bien. Hay muchos edificios y objetos sostenibles con una etiqueta sostenible estupenda que en el fondo no lo es. No nos dejemos llevar por la corriente de lo que toca hacer. ¡Seamos consientes y críticos de manera activa!

¿Qué espera el mundo de los futuros diseñadores?

A veces el diseño que más se ve o más se valora o más trabajo consigue es un diseño banal, superfluo, y para mí va mucho más allá. La sociedad pide resolver problemas habitacionales, de contaminación y comunicación entre las personas. Hay mil problemas y mucha demanda de soluciones por parte de los diseñadores. Nos falta encontrar cómo vehiculamos todo esto y qué respuesta damos. Ahora, más que nunca, los diseñadores y diseñadoras hacemos mucha falta.

 

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