Hay una constante en la historia de BAU que nunca pierde relevancia, un valor tan estimulante como necesario: la innovación.
Un concepto, sin embargo, que necesita una acotación, unas líneas maestras que lo impulsen para alcanzar todo su potencial. En el caso de BAU, innovación es sinónimo de creatividad, tecnología e interacción, con dos objetivos indiscutibles: la transformación social y el bienestar de las personas.
La innovación es una actitud, y también una motivación. Una manera de trabajar e investigar para generar nuevas ideas y desarrollar conceptos que cumplan deseos y satisfagan necesidades, sobre todo en la esfera colectiva. Innovar es hacer la vida más agradable y fácil y pensar en el bien común —siempre desde el espíritu crítico, el compromiso ético y la producción sostenible.
Convertir una idea innovadora en una realidad tangible es una aventura apasionante que tiene mil ramificaciones aplicables al diseño, desde la comunicación gráfica y audiovisual hasta la moda y la ideación de espacios. Todo ello requiere de una buena base de conocimientos técnicos y humanísticos, así como la sensibilidad para detectar las necesidades del presente y anticiparse a las del futuro, sin olvidar dos ingredientes clave: la curiosidad y la creatividad.
Si la innovación es audacia, el diseño es también la voluntad de observar el mundo con espíritu crítico y pensar en maneras de transformarlo. Es, por lo tanto, una actitud disruptiva, creativa y empática.
Y es que solo con empatía el diseño consigue ser realmente innovador en todos los ámbitos de la vida. Sus horizontes, como su propia naturaleza, y como la energía de la que se nutre, mutan, evolucionan, se diversifican; debidamente canalizados, enriquecen sus creaciones y, en último término, nuestra experiencia vital.