La Universidad, con su aspiración a centralizar, homologar y universalizar el conocimiento, es una de las instituciones modernas más robustas pese a todas las contradicciones que alberga. La Universidad tradicionalmente ha cribado los saberes sociales de los saberes expertos, ha definido y afianzado disciplinas de conocimiento, ha establecido criterios de excelencia y, por consiguiente, ha determinado qué formas de conocimiento son demasiado periféricas, esotéricas o singulares. Qué merece ser aprendido y qué no. Qué conocimiento es universal y cuál parece que no.
Inevitablemente, las universidades de diseño son lugares de conciliación, pues apenas comprenden la falsa dicotomía entre teoría y práctica, entre investigación y creación, entre ofrecer respuestas y formular buenas preguntas. Con un pie en la industria y otro en las humanidades, en diseño irremediablemente los saberes técnicos necesitan combinarse con saberes estéticos. La crítica no llega lejos si no va acompañada de apuestas y prototipos materiales. El conocer apenas se sostiene sin un actuar. No se puede saber sin atreverse a transformar.
Por eso, la investigación en diseño desborda los límites de la universidad. Desborda los criterios impuestos de excelencia y de rigor. Desborda los parámetros y estándares que definen y delimitan qué se puede considerar investigación. Desbanca el manido debate entre pensar o hacer. Se atreve a vincular especular y prototipar. Dudar y proponer. Sospechar y confiar. Si nos comprometemos con la investigación en diseño, tenemos que aprender a sortear los límites de la universidad y atrevernos a imaginar pluriversidades. Instituciones abiertas al trasteo y a la exploración semiótica y material. Lugares para albergar enredos estéticos y políticos. Universales situados y singularidades compartidas. Un buen reto para este 2021 que acaba de empezar.